No den ideas


Articulo publicado en La Tribuna de Marbella.
Leo en un titular de prensa que un estudio realizado por la Universidad de Maastrich asegura que subiendo los impuestos de las comidas rápidas se podría contribuir a combatir la obesidad.
El presente estudio trata de demostrar que cuando azucares y grasas tienen un cargo impositivo superior al 25 % los consumidores tienden a reducir su consumo.
No voy a dudar del valor experimental de ese estudio, personalmente pienso que no deja de ser más que un experimento. Pero dudo que la solución a un problema como el sobrepeso, la obesidad y sus consecuencias socio-sanitarias vengan por esta vía.
Cuando hablamos de comida rápida, en general nos referimos a un tipo de comida de procedencia anglosajona, cuyo contenido en grasas y azucares es muy elevado y que, por tanto, su uso continuado dentro de una alimentación no equilibrada, puede conllevar a la larga problemas de salud.
La presencia de grasas y azucares en la composición y elaboración de los alimentos incrementa su palatabilidad, es decir, los hace más apetecibles y, por tanto, este tipo de comidas están hechas para gustar y agradar. Además, es cierto que generalmente tienen un precio asequible porque, principalmente, están dirigidas a un público joven y, por tanto, con menor poder adquisitivo.
Estas, entre otras, razones pueden haber sido las causantes de que en los últimos años su presencia se haya incrementado enormemente, en todos los países.
Pero simplificaríamos demasiado la cuestión si consideráramos que esta es la principal causa del problema. ¿Saben cuantos obesos no han probado nunca la comida rápida?
El problema no viene dado por la composición de estas comidas sino por su frecuencia de consumo. Dentro de una alimentación adecuada un exceso en grasas y azucares puntual u ocasional no debe tener las mayores consecuencias. Pero no miremos solo a las hamburguesas, no olvidemos que algo tan tradicional compuesto por un plato de callos y una tarta de chocolate y crema puede tener la misma composición.
Hemos de hacer ver que cualquier tipo de comida, rápida o tradicional, que contenga un elevado valor calórico solo debe formar parte de nuestra dieta de manera ocasional, pero que en modo alguno es necesario prohibirla ni gravar impositivamente su consumo.
Así que, antes de que la cosa vaya a mayores, pediría a estas autoridades nuestras, tan dadas a prohibir y recaudar, que se lo piensen y nos permitan seguir disfrutando de algún capricho a un precio razonable.
Para el resto, un ejercicio de reflexión: ¿Subimos los impuestos a los combustibles para contaminar menos o para recaudar más? ¿Existirán en un futuro paraísos fiscales del fast food y tendremos que ir a ellos a comer hamburguesas, como en otros tiempos algunos iban a Perpignan a ver películas aquí prohibidas? ¿Por qué a nadie se le ha ocurrido bajar los impuestos de las comidas saludables? ¿Tendremos que pagar los errores del estado y contribuir a salir de la crisis comiendo pizzas?